jueves, abril 24, 2008

Perfomance Urbana - Teatro ADN

ADN presenta:
"LAS HISTÉRICAS SOMOS LO MAXIMO"

Sábado 26 de abril
18 Hs.
Parque San Martín
San Salvador de Jujuy

www.teatroadn.com.ar

miércoles, abril 16, 2008

El culo de una arquitecta - Pedro Mairal

(publicado en Colombia, en la revista Soho, en febrero de 2008)
No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.

Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, cadencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.

Porque el culo siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las tetas que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con dulce balance camino del mar.

Las mujeres argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco en el último Hay Festival de Cartagena de Indias para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el Canto General.

De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.

Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.

Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.

Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era una personal trainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras ella, hipnotizados.

Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un “tremendo fambeco”. Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, “El culo de una arquitecta”.

No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.

Además era plena crisis del 2002. Todo se derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos respingando el durazno gigante de su culo soñado.

(*) Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Cursó la
carrera de Letras en la USAL donde fue profesor adjunto de
Literatura Inglesa. Su novela "Una noche con Sabrina Love"
recibió el Premio Clarín en 1998 con un jurado integrado
por Roa Bastos Bioy Casares y Cabrera Infante. "Una noche
con Sabrina Love" fue llevada al cine en 2000. Publicó
además el volumen de cuentos "Hoy temprano" (2001) dos
libros de poesía: "Tigre como los pájaros" (1996) y
"Consumidor final" (2003). En 2005 publicó su segunda
novela: "El año del desierto". Ha sido traducido y editado
en Francia, Italia, España, Portugal, Polonia y Alemania.

lunes, abril 07, 2008

Electrofilia

Hice la primera instalación a los diez años en la cocina de mi Tío el Amado. Ese día, además, fue la primera vez que me agarró corriente. Para trabajar habíamos cortado la luz. Después, cuando terminamos, la dimos de vuelta, y yo fuí a mirar cómo quedó todo. En una de las uniones descubrí un alambrecito que asomaba. Yo sabía que no tenía que tocarlo.

Pero no pude aguantar la tentación. Qué lindo que es el cobre. Me encanta su color, su flexibilidad, su conductancia. Miré alrededor. El amado no aparecía. Acerqué la mano despacio y lo toqué. Fue la primera de muchas.

Es una sensación incomparable. El hormigueo sube. Primero te agarran espasmos en los músculos, después la sangre se vuelve loca. Uno se vuelve plástico, los límites físicos se pierden y entrás en contacto con los objetos que te rodean. Todo se va apagando y sentís como si flotaras.

La electricidad es como el mar. Tiene olas, canales, mareas que suben y bajan. Para desconectarse, el tipo que sabe aprovecha la retracción de la ola, lo que llaman "el reflujo". Te das cuenta por los latidos del corazón. Si te electrocutás, bombeás rápido pero con arritmia. Por eso hay que salir cuando la frecuencia lo permite, que es en la marea baja, cuando el ampere es más chico.

Me gusta electrocutarme entre una y dos veces por semana. Mañana voy a cumplir cuarenta años, pero me siento un pibe. Hoy a la tarde voy a ir a la fábrica de mi amigo. Va a estar bueno, porque ahí tienen fuerza matriz, circuitos trifásicos de 380 voltios.

Juan D. Incardona

Texto publicado en Suplemento Ñ 27 de Clarín, el 09/02/2008.